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Lo que os muestro en ella  forma parte de mi producción de los últimos años.
El encuentro del pintor con el lienzo en blanco, es tan íntimo que no puede transmitirse.
Si quisiera explicaros qué me ha llevado a cada uno de estos bastidores podría escribir muchas palabras pero, seguramente, no os llegaría la emoción, ni el sentimiento, ni tan siquiera el interés porque cada uno de los cuadros parte de la soledad del inicio pero, a medida que avanza la obra, cobran vida propia y van pidiendo colores y formas, y se transforman con la luz y con el tiempo.
Yo he disfrutado con la evolución que han vivido entre mis pinceles, desde la preparación del lienzo hasta que los firmo, ahí en la esquinita de abajo.
Ahora los exhibo para que vosotros os dejéis llevar también por ellos.
Para que tras sus puertas, entre sus senderos, sus hojas y sus colores podáis adentraros en vuestros propio interior y ojalá que os permitan disfrutar, a través de vuestro sentidos de la vista, de los colores y de la luz que se esconde en cada uno de vosotros.
Espero que lo disfrutéis.

ANTONIA PALOMINO

La mirada
Pasear por ciudades de diferentes países, por parques, por pueblos, que tanto pueden ser los nuestros, como no. Paseamos de un lado al otro, pasamos junto a ventanas, puertas, verjas, arcos y árboles caídos pero no nos detenemos ante ellos, ni somos capaces de girar la cabeza un segundo para fijarlos en la memoria. No es así, sin embargo, la mirada de Antonia Palomino, capaz de devolvernos en un instante la belleza de las pequeñas cosas de la realidad inmediata, la realidad de nuestras vidas apresuradas, impacientes, bulliciosas.

Así es como veo los cuadros que Antonia Palomino pintó en la década de los noventa, en su cuarto de trabajo de una azotea cacereña, normalmente bañada por el sol, en la que se adentra cada mañana rodeada de imágenes que ha ido coleccionando en sus viajes o en sus paseos por su propia ciudad. La reconozco con su paso ligero, el bolso en el hombro, y la mirada inquieta y a la vez tranquila, fijándose en una esquina que para los demás pasa desapercibida, deteniéndose ante un candado herrumbroso, observando la línea del horizonte que se pierde entre las azoteas y ante la que nadie más se ha detenido.

Así son sus pinturas. Grandes reflexiones ante pequeños detalles de la realidad más cotidiana. Rescata, de la indiferencia y de la prisas, rincones, ventanas puertas visillos, verjas, candados que han estado allí pero que están desapareciendo para siempre.

El gesto

Antonia Palomino trabaja incansablemente en cada cuadro, incapaz de ser infiel a su propia intención, a su propia memoria. Rescata un objeto que ha existido pero nos lo muestra diferente; sin embargo, tan perfecto, tan repleto de detalles cuidados, que podríamos pensar que nos encontramos ante el hiperrealismo de una pintora que conoce sin duda su oficio. Pero lo que la pintora hace es recrear esa misma realidad, dotándola de una luz, de una forma, de unos colores que la convierten más bien en la imagen que ha quedado en su memoria y que transciende a lo que realmente vio. El truco es, sin duda, que ella sabe cuál es la diferencia. Nosotros no. Quizás la conozcamos, pero a partir de sus pinturas es cuando seremos capaces de reconocerla en cualquier esquina olvidada de nuestra propia ciudad.
Sólo nos basta fijarnos en la perfección con que acaba sus cuadros, en los que no falta nada ni sobra nada. Completos en si mismos, la pintora nos ofrece pedacitos de su realidad, pero también una manifestación de lo que es un trabajo exigente, un dominio incuestionable del pincel , un acierto en la selección de los colores, formas y perspectivas más perfectas que las de la propia mirada.

Los cuadros

Observar los cuadros de Antonia Palomino se asemeja a hacer un viaje introspectivo. Ella nos muestra sus pinturas de imágenes rescatadas del olvido y del paso del tiempo, y si nosotros nos detenemos ante ellas sin prisas, tal como ella las supo ver y crear, acabaremos rendidos al hechizo de sus colores, de sus formas y de sus contenidos. En las pinturas de Antonia Palomino yo veo una entrada a una realidad que creo conocer, una puerta, una ventana con las cortinas cerradas, una verja de un pueblo, un árbol caído, pero me obliga a detenerme fuera y a pensar de qué mirada más nos está privando. ¿Es azar que tenga debilidad ante imágenes trabadas por objetos que podríamos simplemente atravesar si aún existieran? ¿ante objetos que nos prometen una estancia, un bosque, una casa a la que no podemos acceder?

Porque los cuadros de Antonia Palomino confrontan con una realidad que ésta desapareciendo, así como la realidad que sin duda está detrás pero que ella prefiere cerrar con un obstáculo. E imagino al observador del cuadro dentro de algunos años, cuando esos objetos hayan ido desapareciendo sin que nosotros nos demos cuenta, demolidos, talados por la prisas de las ciudades por crecer, y me pregunto si sentirá la misma nostalgia velada y calma que nosotros sentimos hoy ante ellos. Me pregunto si ese hombre o esa mujer se preguntarán, como yo hoy lo hago, qué había detrás de esa ventana, quién forjó esa verja, por qué cayó ese árbol. Estos cuadros transcienden a la realidad de las pequeñas cosas porque la recrean, la reinventan, y porque en su belleza indescifrable la hacen perdurar.

Ana Luengo

Licenciada en Filología Hispánica
Asistente de Cátedra en la Universidad de Hamburgo (Alemania)